Acribillaste mis esperanzas con sólo una palabra. Nada te importó. Ni las horas que pasaron ni las horas que ya no vendrán a sujetarnos de la mano. Fue un lunes por la mañana. La ciudad aún no despertaba de su sueño. En cámara lenta caían los rayos del sol sobre los tejados. Y de pronto, todo quedó en pausa. De pronto, los fantasmas volvieron a someter a mi soledad. Me quedé sin palabras, algo completamente inusual en mi. No pude o supe, en el mejor de los casos, pronunciar lo mismo que decía tu voz. Esto es una pesadilla, pensé. Una buena noche no puede acabar así. Ya no hay sonrisas dispuestas a aceptar mi rostro. Ya no existen melodías para mi quebranto. Me quedé irremediablemente callada, el mutismo arrasó con todo a su alrededor. Y te vi partir sin siquiera poder nombrarte. Y tu nombre quedó encarcelado entre las cuatro paredes del amanecer. Una osadía resultó salir a trabajar, una tortura la luz de la mañana en mis ojos...Ya no puedo más...desearía que lo entendieras, de una buena vez y para siempre...
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