Enciendo un cigarrillo, miro por la ventana si algún perdido aparece. Preparo un café con sabor a nada, ya no hay café, debo comprar un frasco mañana, acabé con el café en una semana, quizás debería comprar algún té, pero la verdad, no me gusta ninguno. Con la taza y el enésimo pucho, me siento a la vera de un recuerdo completamente humedecido con mis lágrimas. Cuántas veces hice esto en lo que va de la semana? Ya no sé. Tengo tanto para hacer. Desde tender la cama, lavar los platos del fin de semana, hasta terminar el trabajo que me trajeron. Pero ahora ya es tarde para cualquier cosa. La madrugada llega rápido cuando los silencios se adueñan del reloj. Y Carmen que no llega, no entiendo dónde está. Ya tendría que haber llegado, supongo que perdió el cole, llegará en un rato. Voy a leer el libro que me prestó el Gordo, espero que esté entretenido, aunque la verdad, lo dudo, viniendo del Gordo. En fin, café, cigarrillo, libro, y ausencia. No entiendo porqué me agarra de las pestañas este sentimiento otra vez. Otra vez siento ausencia, supongo que se me pasará cuando regrese Carmen.
Mejor me voy a la cama, ya son las dos de la mañana de este jueves cobarde como decían los caballeros, qué buen tema ese, me trae tantos recuerdos. Miro de nuevo el reloj y si, efectivamente son las dos, voy hasta el cuarto. Imagino que Carmen ya volvió y no quiso despertarme, pero no está, no volvió aún, y ya me preocupa, nunca ha tardado tanto. En realidad, me desespero, voy al comedor, busco el teléfono por todos lados y después de dar vueltas patas para arriba la casa, me acuerdo que me lo cortaron el mes pasado por no pagar las últimas facturas. Ya en estado nervioso absoluto, salgo a la calle, y comienzo a correr hasta la parada de colectivo que queda a unas cuadras, ahí no hay nadie, nadie, maldición. Sigo corriendo hasta la comisaría, ya no sé cuánto tiempo corrí, llego a la comisaría y un oficial con cara de sonámbulo me mira como si me conociera de toda la vida, no entiendo esa familiaridad, me saluda llamándome por mi nombre, y lo quedo mirando, esperando una respuesta automática a mi pregunta. Le comunico que vine a hacer una denuncia por la desaparición de una mujer. Este tonto oficial, me mira por sobre unos lentes de ojalata, y me pide que espere un minuto. Un minuto? Le digo, no tengo un minuto, ya estaba completamente desenfocado. Va hacia atrás de un arruinado mostrador, y hace una llamada. Cuando termina de hacer la llamada, se acerca con un vaso de agua, y yo pienso, qué buen tipo, me vio tan desesperado. Busca tranquilizarme, me doy cuenta que está tratando de hacerme algún tipo de juego psicológico y me levanto nervioso, lo miro con una furia terrible, presiento que sabe más de lo que no me dice, más que nada, porque en realidad, no me dice nada. Lo miro, lo miro, y me mira con compasión, con contemplación como si yo estuviera más loco que don Américo. Cuando ya no soporto más tremenda y ridícula situación comienzo a exigir una respuesta. Por qué no me toma la denuncia? Qué carajos está esperando? Y en eso entra a la comisaría o seccional, Ernesto. Ernesto? Qué hacés acá vos? Y ya no hay vuelta atrás, me toma del brazo y me lleva para afuera, dándole las gracias al oficial, gracias por nada. Lo empujo, le vuelvo a preguntar qué hace él ahí, entonces, como si me arrojaran de un décimo piso, Ernesto me cuenta nuevamente la historia. Carmen hace un año que desapareció. Hace un año que vengo cada tanto a la comisaría, hace un año que estoy absolutamente perdido en este mundo. Que ya no puedo seguir así, que mañana me llevará a una institución no sé para qué. Yo sigo cayendo del décimo piso y este tan amigo mío, Ernesto, no hace nada para salvarme.
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