Cae la noche, otra noche y el frío quema mis manos, penetra mis arruinados jeans.
Tus ojos tienen el color de un triste atardecer, cuando no hay brillo y la luz no se define si se apaga o sigue alumbrando, como una vela marchita.
La gente o, al menos, la mayoría de las personas que conozco, tienen la inservible costumbre de ocultar la verdad, según dicen, para no herir, y en realidad sólo lo hacen para sentirse menos despreciables o más queridos, cuando sin saberlo, logran lo inverso.
Tengo un dolor punzándome la mirada, no puedo sacarme esa estúpida imagen de la superficie de los ojos, se quedó grabada como si la hubiera fotografiado en mis pupilas. La escena se repite y ya no lo soporto. Detesto recordar, abre viejas heridas, reencuentra el amor que sepulté.
Y te veo y veo que mi ceguera es grave. Siempre me estoy cansando de todo, de los desplantes, de las palabras no escuchadas, de los silencios, de las ausencias que ya no son ni siquiera ausencia, me canso pero luego descubro en la memoria a esos benditos o malditos habitantes, mis recuerdos, que hacen que me olvide de los reproches, de los sufrimientos, de los olvidos, de todo. Así como me canso de todo, de todo eso me olvido. Ni la distancia, que jamás fue considerada distancia por los brazos de mi alma, ni el olvido (por parte de los demás) hicieron que mantuviera mis rencores. Y sigo respirando la ausencia, sigo soñando realidades fatales.
Siempre supiste lo que siento, lo que no entiendo es por qué esa necesidad absolutamente innecesaria de no decirme la verdad...aún cuando yo sepa la verdad, necesito que tus labios besen esas palabras que me rescatarían de la demencia...Quizás ya enloquecí y sólo porque no me atrevo a despertar, tú no estás conmigo, amor...
Por estos lados tan necios y opacos de abrazos, el olvido y el cansancio van de la mano...
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