Cayeron ciento ochenta lunas sobre mi refugiada soledad, murieron ciento ochenta atardeceres en mi austera habitación y aún tengo un abrazo preso en las manos que no se cansa de esperar.
Han pasado mil silencios, acompañando a esta inútil espera. Se posaron sobre tu recuerdo, se marcharon con la brisa matinal, dueña de tu voz; mil silencios y ningún te quiero.
Se mudaron las palabras después de tu partida y ni siquiera sé qué ruta tomaron, tal vez se fueron tras de ti...
Fueron inmortales las noches, eternos los días desde el último amanecer juntos, he pasado más tiempo sin verte de lo que mis ojos pueden soportar y sin embargo estoy aquí, extrañándote...sin embargo e inevitablemente...
Todas las luces saben a nostalgia cuando me hundo en la memoria, mejor diré en la memoria compartida.
Cayeron ciento ochenta lunas sobre mis abandonadas manos, murieron ciento ochenta atardeceres en la solitaria ceguedad del alma y pasaron mil silencios acompañando a esta inútil espera por abrazarte, mil silencios y ningún te quiero...
Y ahora pierdo el sentido, a veces por partes, repartidas en lágrimas, otras por completo y quizás tengan razón las estrellas que me guían, quizás pierdo la razón más seguido de lo que quisiera, pero duele demasiado el silencio de un te quiero...demasiado, amor, para soportarlo sin desvariar...
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