En el sucesivo correr de las horas que siguieron a tu despedida, en el silencio que atrapó mis palabras, todo, absolutamente todo se tornó absurdo. Mis manos distorsionaron el aire. Las palabras se me atragantaron, me quedé mudo, literalmente. Se entumecieron los latidos. La mirada se me ahogó. De lo poco que recuerdo de aquel momento, nada me sirve para salir de este cuarto. Fui hasta la cama, vacía, obvio, y me dejé caer sin reflejo alguno. Todo fue y es tan absurdo. Las sábanas se marchitaron. La luna se partió por la mitad. Las luces opacaron mis sueños. El reloj se derritió a orillas de tu perfume, marcando sólo tu ausencia. Las voces que en algún momento lograste espantar, volvieron con más fuerzas a susurrar en mis oídos. Todo lo previsible se convirtió en desesperación. Tu imagen en mis pupilas, una lanza. Tu beso en mis mejillas, una salvación. Y la ironía del destino, un milagro sin precedentes en este mundo cruel. Lo absurdo abrazó aquellas trémulas horas después de un adiós, supongo que siempre será así. Intenté escapar, te juro que lo intenté pero ya era tarde, amor, ya no hubo vuelta atrás, la locura ya había infectado mis venas, ya no pude...ya no puedo...lo siento...
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