Tristemente, y muy a pesar de mi, debo decirte que no tengo más que palabras tiradas a ciegas sobre un trozo de papel para ofrecerte en mitad de mi vida, algunas estrofas repartidas entre mis soledades y hasta ciertos versos ignorados en mi pobre literatura para regalarte. No tengo más que atardeceres, infinitos atardeceres para entregarle a tus ojos. Quizás tenga aún pequeños rincones de serenidad y hasta es posible que existan desconocidas tierras con instantes de inconfundible silencio. Y, desde ese precioso día que te vi caminar por el andén de este pueblo olvidado, como aquella Penélope de Serrat, ya no tengo otros sueños a parte de los que quisiera compartir con vos. No tengo más que besos en alguna madrugada compartida, abrazos y caricias esperándote a orillas de un dolor jamás comprendido. Esto es así, no tengo más de lo que ofrezco, desearía que no fuera poco para tu alma ni mucho para la mía.
Si querés, y solamente si querés, Amor, podés condenar esta locura sin imaginar que es de tanta tristeza y hasta podrías perturbar mi soledad (no deseo otra cosa) pero no me condenes por este amor, por amarte a pesar de mis torpezas y más allá de mis delirios cotidianos, esto es simplemente amor...
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