Ya ni la sombra de algún pasado le acaricia la espalda, anda prófugo por las calles de una plegaria que se pierde en la más desorientada distancia. No volvió a visitar las bibliotecas que solía frecuentar, ni vino por sus libros a mi austera habitación.
Una noche de extrema lucidez, descubrí que se mancharon todas sus letras con lágrimas de sangre, que su dios privado se alió con el diablo y que de repente, lo imposible le sucedió. Aún así, no creo que su fe se haya terminado ni tampoco que se haya perdido, es sólo que jamás pudo entender las verdades expuestas por sus amos. Se le apagaron las voces dictadoras de un futuro sin destino con ese milagro inoportuno de anticipar los recuerdos, y entonces, sólo entonces, vio morir a soledad en brazos del último silencio, y su sueño más secreto se envolvió de realidad para regalarse a su propio calvario. No estoy seguro de que lo haya aceptado. Creo que la costumbre lo ha sofocado y se aburrió de escuchar siempre la misma melodía. Quizás le dijeron la verdad un día con demasiado bullicio en las calles, por eso no la entendió aunque, probablemente no la entienda jamás. Carmen, ese nombre ya ha terminado de tatuarse en el silencio de su soledad.
Las palabras siempre le habían sobrado en sus encalladas manos pero ahora le comenzaron a faltar como ese suspiro de alivio en la tormenta de un ayer quedado sin tregua.
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