Cada día me acuesto más tarde. No hay maneras de ganarle al insomnio, ya no sé con qué brebajes y gualichos hacerlo desaparecer. O es insomnio, puro y canalla, o es recuerdo, ingrato y farsante. Cada noche, miro, vigilo las agujas del reloj, voy amontonando cicatrices, no sé, quizás le temo a las tinieblas y aun no lo reconozco. Siempre que me acuesto, aparece tu sombra, no entiendo de qué manera la invoco o el por qué de su aparición, pero siempre está ahí, maldiciendo en los rincones, malgastando mis escasas horas de sueño. A veces, me tomo una copa, a veces la copa está rota y mis manos sangran por las madrugadas, casi siempre la misma historia y nunca puedo recordar qué pasó. Quizás el olvido oficia de escudo...
Durante el día sigo desvelada, barajando problemas, excusas, bajos instintos, malos pensamientos, presagios inevitables, melancolía alborotada, a veces también trabajo. Pero en la noche, el insomnio se apodera de las mantas, del aire, de mis ojos. Me acuesto tarde, siempre con libro en mano, y nunca me duermo temprano. Las verdades molestan cuando se niegan y las mentiras estorban cuando se creen...algo tendré que hacer, necesito dormir...así no puedo seguir.
Y en la madrugada, en la mala madrugada descubro que tengo los ojos abiertos, mirando el techo, pero el alma dormida en tus brazos y, la verdad, no me conviene despertarla (siempre empiezo el día sin mi alma, hasta que de tanto suspirar, regresa, adormilada, somnolienta, tarde)...y así cada día y así cada noche...otra vez el insomnio bosteza pero yo sigo sin dormir...
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