Él tiene siete años, su nombre es Isaías. Es rubio, con rulos revoltosos, ojos café, alto para su edad, mirada tierna y ademanes de caballero, sueña con ser jugador de básquet.
Ella tiene siete también, su nombre en Antonela. Es morocha, de ojos marrones, mirada transparente, dulzura en la voz, toda una princesa, y la inocencia se desprende de sus pasos para hacerle sombra a todos sus compañeros. Y sueña con hacer lo que sea por ayudar a mucha gente, juega al básquet pero no le gusta correr, prefiere los libros y escuchar música.
Ambos se conocieron en el jardín, hace algunos años. Se hicieron amigos. Van juntos a la escuela, son casi vecinos. Él la espera en la esquina para acompañarla y ella sale, esperando encontrarlo.
Ayer los vi de la mano. Él le regaló un anillo, violeta, precioso y simple, como él. Hoy iban caminando y encontró una piedra bajo sus pies con forma de corazón, y también se la regaló. No hay nada explícito, no necesitan de las palabras, ni de promesas, ni de mentiras. El tiempo es un aliado y con juegos se hacen grandes sin pensar en crecer demasiado.
Con sólo siete años, cada cuál encontró su alma gemela. Presiento que ya no se separaran, al menos por propia voluntad. Celebro este amor tan puro, deseando que nada pueda separarlos...
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