La soledad, desleal y arbitraria como siempre, tiene esa puta mala costumbre de venir a llevarse mis compañías, incluso aquellas que necesito para vivir. Pero es así. La soledad me toma de las pestañas y me obliga a permanecer callada, asustada, inmóvil en mi casa cuando afuera hay tantos senderos por caminar, tanto hielo por derretir. Y de la soledad a la ausencia sólo está tu rostro encarcelado en mis pupilas. Tu sonrisa amplia, tu mirada de abismo y noche, tú. Estás tú. Y estás donde no alcanza mi voz, donde no llegan mis brazos. 40 km. Y es una eternidad. La noche promete más de lo que es capaz de dar cuando comienzo con esta tortura de pensarte, sabiéndote tan lejos de mi piel. No me agrada sentarme a orillas del recuerdo y sentir esta ausencia. Es que ya no puedo escapar. Huir siempre ha funcionado para mi cobarde alma, pero ya no puedo. Estoy presa aquí. En esta casa helada donde el invierno no se quiere marchar. Resulta que tampoco quiero verte. Ilógico? Sí, pero si te veo, el amor se me escapa por los poros, y tú no quieres ver eso. Tú estás con otra de la mano. Tú te has enamorado de la que me robó tu amor y ocupó mi lugar. Nada puedo hacer. No verte me tortura, verte me quita la razón y el aire, amor. Y en la noche que salimos a robar estrellas para deshabitar los amaneceres, fuimos iguales. Sólo fue una noche, en una noche sucedió lo que nunca debió haber sucedido. Te vi. Lo recuerdas? Recuerdas que te vi? Yo lo recuerdo perfectamente. Te vi y ahí me quedé. Con ternura o con ganas de matar? Siempre te he mirado y siempre lo haré con ternura. Eso mismo es lo que produces en mi alma, en el temporal de mi alma, sólo hay ternura para ti. Pero qué fue lo que pasó? Pasó que la soledad me envolvió en su manto de mutismo. Supongo que ya no buscas la verdad y ese suponer me deja respirar, de vez en cuando. No sería capaz de decirte la verdad. No soy capaz de amarte menos y condenarme a tu eterna indiferencia. Prefiero espiarte cada tanto. Escaparme por las líneas de una poesía mal escrita es lo mejor que puedo hacer, es lo único que sé hacer para no perturbar tu paz. Confieso aquí que te extraño más de lo que me permito reconocer ante los demás. Es que los demás no tienen idea de lo que sucede en estas paredes que contienen mi alma. Los demás me ven sonreír sin imaginar que tú has volado por mis pensamientos. Los demás se acercan y en todos busco tu perfume para orientarme pero no lo está. Y sigo perdida en la fiesta que inventaron para hacerme feliz. Nadie, nadie sabe lo que siento por ti. Aunque hay días y noches en las que aparentemente mis ojos no pueden callarse, así que cuando me veas esquivar tu mirada, sólo es temor a decir lo que callo...
Tanta es la tristeza que hasta la soledad se apiada y me abraza más fuerte, vaya ironía. En estas altas horas, cuando la música impide sonreír y la distancia (40 km), abrazarte, te espío a través de mi imaginación para encontrarme con tu mano enlazada a la mano de aquella que ocupó mi lugar...
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