sábado, 5 de marzo de 2011

...esperando que vengan por mí...

Me quedé dormida pensando en tu voz. Cuando desperté, no sólo estaba triste, sino que también, desamparada en medio de un poblado lleno de fantasmas. No me quise levantar. Ya era tarde. Preferí seguir compartiendo el escaso espacio con el silencio, nada más irónico. Ya me daba todo igual.  Era lo mismo naufragar que navegar, soñar que delirar, hablar que escribir. La soledad bufaba en una esquina, aburrida de tanta historia repetida. Sentí que envejecía más rápido que una rosa en el desierto. El tiempo consumido no vale nada si no puedes recordarlo, amor. La locura desbordaba la habitación. Sin brazos cerca, derrapé por las líneas borrosas de la razón. Tu ausencia, que no es más que mía ya que no estabas ni cerca, desembarcó en un puerto ruin y abandonado, mi llanto. Mi llanto martirizó al silencio y desordené hasta los cajones vacíos, buscándote. Pero mira si será caprichoso el destino, te hallé junto a la sombra de mi voz. Y ahí me quedé, paralicé los sentidos, me acobardé y caí, sin salvación, en manos de la melancolía, esperando que vengan por mí todos y cada uno de los fantasmas que me prohiben y me prohibieron, siempre, besar las palabras que necesito, escuches, amor...

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