Se me han nublado los cielos, el horizonte se me ha teñido de negro y mi solitario sendero se cubrió de neblina, tan espesa que me prohibía observar mis propios pasos.
Mis dioses cayeron. En realidad, se me han caído a mí. Yo los dejé desmoronarse. Realidad, ya no sé qué es real, qué no. No sé cómo sucedió pero he dejado que mis temores crecieran, que mis mentiras piadosas comenzaran a esclavizarme. He dejado que mi esperanza fuera arrasada por una desesperación incontrolable. Hasta he dejado que mis sueños traicionaran a mi razón. En algún momento ni siquiera me importaron las personas que realmente amo.
De un pestañear se me han borrado los recuerdos. Todo lo que viví quedó sepultado bajo un manto de dolor sin consuelo. Se me han esfumado las caricias y ya no pude amar. He dejado de observar atardeceres, de charlar con mi silencio y he dejado que me abandonaran las estrellas.
La libertad ha terminado por confundirme y junto a la soledad me han encerrado en un cofre de nostalgia, respirando angustia y consumiendo tristeza. Y, por último, la cobardía se ha apoderado de mi alma, sin dejarme ver lo que estaba por hacer.
Perdonen, ya se me han terminado las excusas, las torpes excusas para defender mi comportamiento. Aún no sé cómo escapé de mi propio tormento, creo que simplemente no deseaba que la reseca muerte me encontrara vacio y solo, sin haber hecho lo suficiente, sin haber hecho lo suficiente...
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