Me enseñaron a sonreír aún con lágrimas en el alma, se metieron es mis tristezas descifrando sus mentiras y averiguaron por qué andaban por ahí inundándome de silencios.
Me enseñaron que a veces es preferible callar antes que pronunciar incoherencias y que este mundo sería menos loco si algunos, sólo algunos sintieran un poco más.
Se adueñaron de mi soledad son segundos de sus presencias...
Algunos se marcharon cuando comenzaron a ser imprescindibles para mi, siempre desorientada alma y así me enseñaron que la distancia no existe si el sentimiento es el mismo.
Otros se quedaron acompañando mi inútil espera por lo imposible para enseñarme que lo improbable suele suceder con mayor frecuencia que lo probable.
Con miradas de agonía al mutismo y abrazos de consuelo me enseñaron a liberar mi dolor.
Y me enseñaron a ser feliz sólo con lo que tengo más allá de las carencias y más acá de las riquezas: uno de sus silencios, una de sus miradas, uno de sus abrazos, una de sus tantas despedidas y un trozo de sus apreciables minutos...
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