Hoy naufragué una vez más. Salí a caminar por una ciudad dormida, a pesar del carnaval. Anduve como siempre, ausente, robando huellas, malgastando los minutos de insomnio. Encendí un par de cigarrillos mientras pensaba en aquello que no quiero pensar. Fue larga la espera. Y no valió la pena, esta vez. No te vi. Una vez más, no te vi. A veces te encuentro sin que tú sepas que te encuentro. Otras, te espío como quien ve caer la mañana, convencido de que nada puede hacer. Y otras veces, hoy, vuelvo a casa cansada, con los ojos rojos de impotencia y desamor. Maldecir ya dejó de ser una opción, malgasto palabras que nunca te diré. Protestar contra un mundo miserable y absolutamente maleducado en cuestiones del corazón, tampoco me dio resultado. Hoy decidí desarmar la trama de una distancia que, aparentemente, nunca entenderemos. Esta ciudad es tan pequeña que cuesta lágrimas entender por qué no puedo cruzarte. El laberinto que armé para que no supieras la verdad, amor, se volvió mi confidente y cruel enemigo. Ironías. Volver a casa sin verte, sin ver tu mirada es desolador, sin embargo hoy, nada puedo hacer. No me sale ni nombrarte en silencio, como otras tantas veces. Ya acurrucada en tu recuerdo, en el recuerdo de tu boca, suspiro y cierro los ojos. Mañana, mañana que es hoy, será otro día y quizás te vea dibujar un saludo a la distancia, o lo que es lo mismo, una caricia para mi alma...
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