martes, 27 de enero de 2009

No es el desamor ni son las sombras del recuerdo que me pisan los talones, lo que me obliga a desaparecer cada vez que no encuentro un suspiro de alivio en las tormentas de esta existencia puramente existencial. Ya no sé cómo decirle a los fantasmas que me abandonen, ya no los necesito. Necesito de otras vidas para ganarle a la angustia de andar vagando por los abismos de la memoria sin encontrar almas transparentes, capaces de ver un cielo sin estrellas. La claridad que me abrigaba las mañanas ahora es una molestia. Mis sombras son demasiadas. Prefiero las penumbras, deslizarme por la oscuridad del ocaso, necesito que nadie me descubra habitando este universo de milagros inoportunos. Qué fácil es escapar de la lluvia cuando la realidad no es otra. Qué fácil es descubrir una mentira cuando la verdad se oculta debajo de esos ojos negros. Y qué triste es inventar un pretexto sin demasiada imaginación sólo para evitar una lágrima, porque, qué puede decir una lágrima que el alma no pueda entender? Se esfuman los recursos, se evaporan las miserables posibilidades, no escuchen lo que quieren escuchar, no vean lo que otros no pueden imaginar. Todo se torna simple cuando desbaratamos los pensamientos de los demás y recibimos una migaja, que digo una migaja, una milésima de migaja de sueño, de ternura, de silencio, de cobardía, de palabra, de adiós...y dios esperando debajo del miserable infinito, tu vida, una existencia más, una vulgar sombra en la tarde sin sol, esa especie de refugio de la luz...

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