La luna agoniza entre mortales sin imaginación, entre destellos de lucidez sin calma y nadie eleva un suspiro. Me desespero y todo apunta al sur. Allá donde todo un verano te amé y donde toda una vida te extrañaré. Tengo una certeza ingrata, en un rincón del planeta ha de existir otra luz, otra luz que grite y no calle. Otra luz que sea valiente y misericordiosa. Verás, acá la luz exagera los demonios y las sombras cuando se dirige a ciertos labios o al amor. A veces la luz exagera los tiempos y disfraza al reloj de paredón, de fortaleza infranqueable, impenetrable...por estas latitudes sin abrazos, la luz exagera las alegrías como la oscuridad hace lo suyo con las tristezas.
Hace algunos siglos, todo un verano estuvo enfermo el cielo, miserable y ausente de miradas no supo qué hacer, se mantuvo en un casi atardecer, ni luz ni sombras, una perpetua hora mágica. La luz exageró las verdades e incendió los absolutos. No todo tiene explicación, nunca entendí por qué todo un verano es suficiente para no volver a soñar. Quizás no sé mirar, quizás no sé llorar, quizás la luz exagera para no desaparecer. Después de todo, ¿qué hace la luz que no haga la oscuridad?
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