Yo también te amo, así me dijo al partir. Qué miserables me resultaron tan bellas palabras. Quizás de haberle creído, hoy estaría abranzándome en lugar de esta soledad, pero no fue así. No le creí. Sus palabras se marcharon junto a la espuma del mar y mi alma quedó barada en ese extraño refugio de mis recuerdos. Nada ha cambiado y sólo porque la historia se repite no me atrevo a olvidar. No es que no pueda hacerlo, simplemente no me atrevo a incrustar mis pies descalzos en el lodo meditabundo del olvido.
A quién le importará mañana que mis labios fueron suyos? A quién le molestará saber que todavía lo amo?
Le dije adiós sin tantos preámbulos, después de todo no hay ley que gobierne los sentimientos. Y mi te amo enmudeció en medio del estallido de olas y sal. Y mi adiós se tatuó en la arena como mi piel grabó su piel.
Te amo...yo también te amo... Él se marchó y yo ahí me quedé, en ese mar, en esa arena, en esa playa y sin puerto alguno para esperarlo...
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