Entre silbidos del pasados, caricias de la memoria y lágrimas de un futuro roto, te extraño. Los días pasan y mi vida continúa, sin embargo, te extraño.
Los domingo lluviosos, de diluvio con perfume a naufragio, te extraño.
Escucho música para disminuir las voces que gritan a mi alrededor, fumo uno dos tres cigarrillos y ya no me dolés tanto, me dolés pero no tanto y te extraño.
Junto las colillas, las gotas de una noche sin luna y tiro todo a la basura.
¿Cuánto hemos cambiado, no?
Te regalaría mi silencio por un abrazo en estas horas inertes, en estas horas crueles en las que cierto recuerdo se me incrusta en los párpados y no me deja pestañear. Claro, te extraño.
La vida sigue y es una buena idea pero, entre todas las cosas que no soporto, sólo una me mantiene despierta en la madrugada, es un estorbo ridículo, diminuto pero estorbo al fin, ¿ya no somos nada? ¿nada? ¿o es que acaso dos personas con un pasado en común son algo más que nada? y una duda gira y gira y gira sobre los vasos vacíos: ¿por qué? Me entrego a la más desalmada de las respuestas y salgo a caminar bajo la lluvia que no cesa, que no para, que lo inunda todo, como el tropel de recuerdos tuyos que tengo cabalgando a mi alrededor en la habitación.
Con esta agua bendita, para donde vaya dejaré huellas, ni descalza ni calzada, no hay forma de ser un fantasma cuando más lo necesito, si al menos hubiera neblina, pero te extraño y mis huellas me delatan, no tengo forma de desaparecer...
¿Habrán sido reales los sueños que compartimos alguna vez? ¿y los silencios? ¿y las palabras que pronunciamos y guardamos? ¿Habrán sido reales las mentiras y las cicatrices? ¿Cuán real serás sin mi sombra? ¿Cuán real seré yo sin tu sombra? ¿Cuándo dejamos de ser? ¿Cuándo de pertenecernos? No sé, no lo sé pero tengo una verdad, el límite de mi dolor es este: la vida sigue.
Sin aire de sobra para escarbar en la memoria, te perdono, todo te lo perdono. Un pasado triste por un futuro sin heridas abiertas.